Por Cuauhtémoc Gama Ponce
Al llegar al borde, hijo mío, fíjate bien: junta los pies y colócalos de tal manera que las puntas sobresalgan apenas.
Yergue la cabeza y no mires hacia abajo, ni hacia atrás. Cierra los ojos. Aspira profundamente…
Probablemente recordarás la infancia incierta, la adolescencia torva, y parecerán insignificantes al compararles a la incertidumbre que ahora te acompaña, que vive contigo, ahora que eres un hombre y que ha atravesado la mitad de su vida…
Tal vez, evoques muchos de los lugares que visitamos y pensarás que no son como entonces.
Tendrás razón: ya nada es como antes.
Quizá entenderás, de una vez por todas, el significado de aquella extraña sensación que desde los once años te perseguía, entre anímica y física, que vuelve la respiración pesada, entrecortada, difícil, y que entonces pasaba frente a ti como una nube densa, frenética e inasible…
Y eso, hijo mío, más que una sensación, se trata de una convicción: la certidumbre de la cercanía de la muerte…
(Fragmento)