lunes, 13 de septiembre de 2010

La magia de la cámara lenta (89)

Por Cuauhtémoc Gama Ponce

Los caminos de la memoria son inescrutables e impredecibles...

    Mientras se crece, vamos descubriendo día tras día, con más o menos conciencia de las cosas desde la adolescencia, construyendo, inventando, renovando –o corrigiendo cuando se requiere– eso que llamamos de manera un tanto arrogante "vida". Así que un día despertamos y al vernos frente al espejo descubrimos lo inevitable: cada vez nos parecemos más a nuestros padres.

    Nos invade el pánico.

    A los cuarenta, nos preguntamos qué ha sido de nuestras vidas, dónde hemos llegado y cómo carajo lo hemos conseguido; por qué nos salen pelos de la nariz y por qué el dinero nos importa cada vez más pero nos alcanza menos; por qué, si tuvimos la fortuna de trabajar, de viajar y de conocer mucha gente en los últimos veintiocho años nos hemos olvidado de nuestros sueños, olvidándonos de nosotros mismos. Nos sabemos ateos incorregibles, veteranos de la risa y buenos relatores de historias: "hombres con mucho pasado", contrariamente a la idea bonachona de que fuimos "jóvenes con mucho futuro" como solían expresar nuestras familias.

    Entonces caemos en la alegre cuenta de que, desde una esquina de la memoria de la vida de otro, alguien más se dedica comedidamente a esculcar en el pasado de un grupo de adolescentes al hojear un cuaderno de recuerdos escritos desde la más pura inocencia. Y se pone en contacto con ellos llamándoles, escribiéndoles, organizando reuniones y ve tú a saber qué más...

    Nos pone de buen humor reflexionar que uno tiende a no percatarse del correr del tiempo y que, pese a todo, se está muy bien: una que otra arruga, unas cuantas canas, claro. Pero, sobre todo, cuando se han recibido noticias aderezadas con fotografías de viejos camaradas, algunas llamadas telefónicas, un breve encuentro con un par de ellos en tierras desconocidas en donde las panzas, las lonjas, las ojeras, los tintes en el cabello de las damas, los divorcios, la alopecia (o la certidumbre de la muerte, ni modo) han causado estragos y son tema de conversación conspicua. Ciertamente, la vida ha provocado algún que otro deterioro cuya relevancia estriba en que, si nos cruzáramos en la calle, no podríamos reconocernos.

    Por fortuna...

    Sonreímos un poco y nos congratulamos al ver que pertenecemos a un universo extraño, pero cálido y lleno de buenos recuerdos. Nos prometemos asistir, sin falta, a la próxima reunión del grupo para dar unos cuantos abrazos y unas palmadas en las espaldas de nuestros viejos amigos de la secundaria.

    Los que queden...

    Y nos duchamos y salimos a enfrentarnos con el resto de nuestras vidas...

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